Este jueves 31 de julio viví una tarde que guardaré con gratitud y emoción. Adriana Ruano Oliva —nuestra campeona olímpica— organizó un cóctel íntimo para conmemorar el primer aniversario de su histórica medalla de oro en tiro con armas de caza, modalidad foso, obtenida en los Juegos Olímpicos de París 2024.

Fue un reencuentro lleno de emociones, de rostros que han estado ahí sin buscar protagonismo, pero con el corazón puesto en cada paso que Adriana ha dado. Me sentí privilegiado de estar presente, de ver cómo ella, con esa humildad que la caracteriza, agradecía con sinceridad y detalles especiales a quienes han caminado junto a ella en esta ruta de esfuerzo y gloria.

Después de que Adriana ganara el oro en el centro de tiro de Châteauroux, Francia, le dije que su legado recién comenzaba. Que esa victoria no era solo suya, sino también de toda una generación que necesita ejemplos como ella: valientes, disciplinados, decididos. Hoy, al verla de nuevo, al escucharla hablar con el corazón en la mano, confirmé que aquel mensaje no era exagerado. Adriana sigue siendo faro, sigue inspirando, sigue creciendo.

Hoy, un año después, reafirmo con convicción aquel mensaje. Su figura crece con el tiempo, y su legado se expande con cada paso que da. Gracias, Adriana, por permitirme ser parte de este momento tan suyo, por incluirme en su reducido círculo. Modestia aparte, tuve el privilegio de ser el único periodista presente, y eso lo valoro profundamente.

Larga vida a esa medalla de oro, a ese récord olímpico, y que vengan más triunfos —dentro y fuera del centro de tiro— para usted, la más grande atleta en la historia del deporte guatemalteco.

¡Enhorabuena, Adriana Ruano Oliva!

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